Benito
nació y creció en la noble familia Anicia, en el antiguo pueblo de Sabino en
Nurcia, en la Umbría en el año 480. Esta región de Italia es quizás la que más
santos ha dado a la Iglesia. Cuatro años antes de su nacimiento, el bárbaro rey
de los Hérculos mató al último emperador romano poniendo fin a siglos de
dominio de Roma sobre todo el mundo civilizado. Ante aquella crisis, Dios tenía
planes para que la fe cristiana y la cultura no se apagasen ante aquella
crisis. San Benito sería el que comienza el monasticismo en occidente. Los monasterios se convertirán en centros de
fe y cultura.
Su Festividad: 11 de Julio |
De su hermana gemela, Escolástica, leemos que
desde su infancia se había consagrado a Dios, pero no volvemos a saber nada de
ella hasta el final de la vida de su hermano.
Él fue enviado a Roma para su "educación liberal", acompañado
de una "nodriza", que había de ser, probablemente, su ama de
casa. Tenía entonces entre 13 y 15 años,
o quizá un poco más. Invadido por los
paganos de las tribus arias, el mundo civilizado parecía declinar rápidamente
hacia la barbarie, durante los últimos años del siglo V: la Iglesia estaba
agrietada por los cismas, ciudades y países desolados por la guerra y el
pillaje, vergonzosos pecados campeaban tanto entre cristianos como entre
gentiles y se ha hecho notar que no
existía un solo soberano o legislador que no fuera ateo, pagano o hereje. En las escuelas y en los colegios, los
jóvenes imitaban los vicios de sus mayores y Benito, asqueado por la vida
licenciosa de sus compañeros y temiendo llegar a contaminarse con su ejemplo,
decidió abandonar Roma. Se fugó, sin que
nadie lo supiera, excepto su nodriza, que lo acompañó. Existe una considerable diferencia de opinión
en lo que respecta a la edad en que abandonó la ciudad, pero puede haber sido
aproximadamente a los veinte años. Se
dirigieron al poblado de Enfide, en las montañas, a treinta millas de
Roma. No sabemos cuánto duró su
estancia, pero fue suficiente para capacitarlo a determinar su siguiente
paso. Pronto se dio cuenta de que no era
suficiente haberse retirado de las tentaciones de Roma; Dios lo llamaba para ser un ermitaño y para
abandonar el mundo y, en el pueblo lo mismo que en la ciudad, el joven no podía
llevar una vida escondida, especialmente después de haber restaurado
milagrosamente un objeto de barro que su nodriza había pedido prestado y
accidentalmente roto.
Vocación
ermitaña
En
busca de completa soledad, Benito partió una vez más, solo, para remontar las
colinas hasta que llegó a un lugar conocido como Subiaco (llamado así por el
lago artificial formado en tiempos de Claudio, gracias a la represión de las
aguas del Anio). En esta región rocosa y
agreste se encontró con un monje llamado Romano, al que abrió su corazón,
explicándole su intención de llevar la vida de un ermitaño. Romano mismo vivía en un monasterio a corta
distancia de ahí; con gran celo sirvió al joven, vistiéndolo con un hábito de
piel y conduciéndolo a una cueva en una montaña rematada por una roca alta de
la que no podía descenderse y cuyo ascenso era peligroso, tanto por los
precipicios como por los tupidos bosques y malezas que la circundaban. En la desolada caverna, Benito pasó los
siguientes tres años de su vida, ignorado por todos, menos por Romano, quien
guardó su secreto y diariamente llevaba pan al joven recluso, quien lo subía en
un canastillo que izaba mediante una cuerda.
San Gregorio dice que el primer forastero que encontró el camino hacia
la cueva fue un sacerdote quien, mientras preparaba su comida un domingo de
Resurrección, oyó una voz que le decía: "Estás preparándote un delicioso
platillo, mientras mi siervo Benito padece hambre". El sacerdote, inmediatamente, se puso a
buscar al ermitaño, al que encontró al fin con gran dificultad. Después de haber conversado durante un tiempo
sobre Dios y las cosas celestiales, el sacerdote lo invitó a comer, diciéndole
que era el día de Pascua, en el que no hay razón para ayunar. Benito, quien sin duda había perdido el
sentido del tiempo y ciertamente no tenía medios de calcular los ciclos
lunares, repuso que no sabía que era el día de tan grande solemnidad. Comieron juntos y el sacerdote volvió a casa.
Tentaciones
Aunque
vivía apartado del mundo, San Benito, como los padres del desierto, tuvo que
padecer las tentaciones de la carne y del demonio, algunas de las cuales han
sido descritas por San Gregorio.
"Cierto día, cuando estaba solo, se presentó el tentador. Un pequeño pájaro negro, vulgarmente llamado
mirlo, empezó a volar alrededor de su cabeza y se le acercó tanto que, si
hubiese querido, habría podido cogerlo con la mano, pero al hacer la señal de
la cruz el pájaro se alejó. Una violenta
tentación carnal, como nunca antes había experimentado, siguió después. El espíritu maligno le puso ante su
imaginación el recuerdo de cierta mujer que él había visto hacía tiempo, e
inflamó su corazón con un deseo tan vehemente, que tuvo una gran dificultad
para reprimirlo. Casi vencido, pensó en
abandonar la soledad; de repente, sin embargo, ayudado por la gracia divina,
encontró la fuerza que necesitaba y, viendo cerca de ahí un tupido matorral de
espinas y zarzas, se quitó sus vestiduras y se arrojó entre ellos. Ahí se revolcó hasta que todo su cuerpo quedó
lastimado. Así, mediante aquellas
heridas corporales, curó las heridas de su alma", y nunca volvió a verse
turbado en aquella forma.
Fundador de una congregación ermitaña
Empezaron
a reunirse a su alrededor los discípulos atraídos por su santidad y por sus
poderes milagrosos, tanto seglares que huían del mundo, como solitarios que
vivían en las montañas. San Benito se
encontró en posición de empezar aquel gran plan, quizás revelado a él en la
retirada cueva, de "reunir en aquel lugar, como en un aprisco del Señor, a
muchas y diferentes familias de santos monjes dispersos en varios monasterios y
regiones, a fin de hacer de ellos un sólo rebaño según su propio corazón, para
unirlos más y ligarlos con los fraternales lazos, en una casa de Dios bajo una
observancia regular y en permanente alabanza al nombre de Dios". Por lo tanto, colocó a todos los que querían
obedecerle en los doce monasterios hechos de madera, cada uno con su prior. Él tenía la suprema dirección sobre todos,
desde donde vivía con algunos monjes escogidos, a los que deseaba formar con
especial cuidado. Hasta ahí, no tenía
escrita una regla propia, pero según un antiguo documento, los monjes de los
doce monasterios aprendieron la vida religiosa, "siguiendo no una regla
escrita, sino solamente el ejemplo de los actos de San Benito". Romanos y bárbaros, ricos y pobres, se ponían
a disposición del santo, quien no hacía distinción de categoría social o
nacionalidad. Después de un tiempo, los
padres venían para confiarles a sus hijos a fin de que fueran educados y
preparados para la vida monástica.
Es
probable que Benito, de edad madura, en aquel entonces, pasara nuevamente algún
tiempo como ermitaño; pero sus discípulos pronto acudieron también a Monte
Cassino. Aleccionado sin duda por su
experiencia en Sabiaco, no los mandó a casas separadas, sino que los colocó
juntos en un edificio gobernado por un prior y decanos, bajo su supervisión
general. Casi inmediatamente después, se
hizo necesario añadir cuartos para huéspedes, porque Monte Cassino, a diferencia
de Subiaco, era fácilmente accesible desde Roma y Cápua. No solamente los laicos, sino también los
dignatarios de la Iglesia iban para cambiar impresiones con el fundador, cuya
reputación de santidad, sabiduría y milagros habíase extendido por todas
partes. Tal vez fue durante ese período
cuando comenzó su "Regla", de la que San Gregorio dice que da a
entender "todo su método de vida y disciplina, porque no es posible que el
santo hombre pudiera enseñar algo distinto de lo que practicaba".
Anuncio
de su muerte
El
santo que había vaticinado tantas cosas a otros, fue advertido con anterioridad
acerca de su próxima muerte. Lo notificó
a sus discípulos y, seis días antes del fin, les pidió que cavaran su tumba. Tan pronto como estuvo hecha fue atacado por
la fiebre. El 21 de marzo del año 543,
durante las ceremonias del Jueves Santo, recibió la Eucaristía. Después, junto a sus monjes, murmuró unas
pocas palabras de oración y murió de pie en la capilla, con las manos
levantadas al cielo. Sus últimas palabras fueron: "Hay que tener un deseo
inmenso de ir al cielo". Fue
enterrado junto a Santa Escolástica, su hermana, en el sitio donde antes se
levantaba el altar de Apolo, que él había destruido.
Dos
de sus monjes estaban lejos de allí rezando, y de pronto vieron una luz esplendorosa
que subía hacia los cielos y exclamaron: "Seguramente es nuestro Padre
Benito, que ha volado a la eternidad".
Era el momento preciso en el que moría el santo.
Que
Dios nos envíe muchos maestros como San Benito, y que nosotros también amemos con
todo el corazón a Jesús.
En
1964 Pablo VI declara a san Benito patrono principal de Europa.