El gran deber de todo cristiano es no temblar frente al peligro; hay que
trabajar con todas las fuerzas y en las maneras que la Divina Providencia sugiere.
Cuando uno tiene vivísimo deseo de hacer el bien, supera todas las
barreras y se hace presente.
Hay que acostumbrarse a las contradicciones, sin desanimarse nunca: en
ellas encontramos nuevas fuerzas, como los remeros que se robustecen más
remando en la tempestad.
Trabajar con vigor y al mismo tiempo con tranquilidad, estar unidos y
contentarnos de los humildes servicios de cada día: esto se llama medio seguro
para sacar provecho de sus talentos.
¡Qué dicha cuando Dios nos venga a visitar! Mientras tanto, como
centinelas fieles, quedemos en nuestro lugar, a la espera.
La paciencia de espíritu es como la abeja reina en una colmena: si se la
quita las abejas se alborotan, murmuran y se matan hasta la última.
Una persona ignorante, pero paciente, obtiene mucho más que otra docta e
instruida, pero fogosa y precipitada.