La
fe tiene que ver con nuestra autoestima, si yo verdaderamente creo, reconozco
que soy un linaje escogido por Dios, soy parte de un pueblo que pertenece a
Dios
Cuando
hablamos de autoestima estamos hablando necesariamente de una relación con
otro, si bien el diccionario dice que es una valoración generalmente positiva
de sí mismo. Esta valoración debe desarrollarse, para un cristiano, conforme a
la medida de fe que Dios nos ha dado a cada uno. Y la fe, dice la Biblia en (Hebreos
11,1), es la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve.
Ahora
bien, la fe viene por el oír, pero no por el oír cualquier cosa sino la Palabra
de Dios. ¿Y qué dice la Palabra acerca de mi autoestima? Porque si mi
autoestima debe desarrollarse conforme a mi fe ¿en qué debo tener fe para
mejorar mi autoestima?
Dice
la Palabra de Dios: “Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación
santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclamen las obras maravillosas
de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2,9).
Bien,
creer en esto implica una buena medida de fe. Uno de los principales obstáculos
de la autoestima es el oír al enemigo que nos acusa a cada instante haciéndonos
recordar las cosas malas que hemos hecho, y por lo tanto dudar que somos lo que
la Biblia dice que somos.
Pero
sigamos leyendo la Palabra a ver qué dice de esto en el versículo que sigue:
“Ustedes antes ni siquiera eran pueblo, pero ahora son pueblo de Dios; antes no
habían recibido misericordia, pero ahora ya la han recibido” (1 Pedro 2,10).
Esa
misericordia que hemos recibido al recibir a Jesucristo en nuestro corazón es
la que nos permite creer ahora que somos lo que la Palabra afirma que somos:
linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios. Ya
no somos sólo creaciones de Dios, ¡ahora somos hijos escogidos! Tenemos una
relación filial con Dios (somos sus hijos), tenemos un Padre que nos ama y nos
escogió desde el principio.
Tenemos
un hermano que dio la vida por nosotros, ese es Jesús
Así,
para que esa autoestima que viene por la fe permanezca, es necesario que no la
echemos a perder con lo que viene de nosotros mismos, porque del corazón del
hombre salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, la
inmoralidad sexual, los robos, los falsos testimonios y las calumnias.
Siempre
mídase conforme a lo que está escrito y no a la opinión popular ni mucho menos
a su propia opinión. ¿Quién mejor que quien lo creó (Dios) sabe lo que usted
verdaderamente es? Eso es lo que valgo y no debo permitir que nadie me quite
ese valor
¡Que
Dios aumente su fe! ¡Y haga brillar su autoestima!