Feliz
el que se ocupa del débil y del pobre:
el
Señor lo librará en el momento del peligro. (Salmo 41)
Vicente
significa: "Vencedor, victorioso".
San
Vicente nació en el pueblecito de Pouy en Francia, en 1580. Su niñez la pasó en
el campo, ayudando a sus padres en el pastoreo de las ovejas. Desde muy pequeño
era sumamente generoso en ayudar a los pobres.
Los
papás lo enviaron a estudiar con los padres franciscanos y luego en la
Universidad de Toulouse, y a los 20 años, en 1600 fue ordenado de sacerdote.
Dice
el santo que al principio de su sacerdocio lo único que le interesaba era hacer
una carrera brillante, pero Dios lo purificó con tres sufrimientos muy fuertes.
1.
El
Cautiverio. Viajando por el mar, cayó en manos de unos piratas turcos los
cuales lo llevaron como esclavo a Túnez donde estuvo los años 1605, 1606 y 1607
en continuos sufrimientos.
2.
Logró
huir del cautiverio y llegar a Francia, y allí se hospedó en casa de un amigo,
pero a este se le perdieron 400 monedas de plata y le echó la culpa a Vicente y
por meses estuvo acusándolo de ladrón ante todos los que encontraba. El santo
se callaba y solamente respondía: "Dios sabe que yo no fui el que robó ese
dinero". A los seis meses apareció el verdadero ladrón y se supo toda la
verdad. San Vicente al narrar más tarde este caso a sus discípulos les decía:
"Es muy provechoso tener paciencia y saber callar y dejar a Dios que tome
nuestra defensa".
3.
La
tercera prueba fue una terrible tentación contra la fe, que aceptó para lograr
que Dios librara de esa tentación a un amigo suyo. Esto lo hizo sufrir hasta lo
indecible y fue para su alma "la noche oscura". A los 30 años escribe
a su madre contándole que amargado por los desengaños humanos piensa pasar el
resto de su vida retirado en una humilde ermita. Cae a los pies de un
crucifijo, consagra su vida totalmente a la caridad para con los necesitados, y
es entonces cuando empieza su verdadera historia gloriosa.
Hace
voto o juramento de dedicar toda su vida a socorrer a los necesitados, y en
adelante ya no pensará sino en los pobres. Se pone bajo la dirección espiritual
del Padre Berule (futuro cardenal) sabio y santo, hace Retiros espirituales por
bastantes días y se lanza al apostolado que lo va a volver famoso.
Dice
el santo "Me di cuenta de que yo tenía un temperamento bilioso y amargo y
me convencí de que con un modo de ser áspero y duro se hace más mal que bien en
el trabajo de las almas. Y entonces me propuse pedir a Dios que me cambiara mi
modo agrio de comportarme, en un modo amable y bondadoso y me propuse trabajar
día tras día por transformar mi carácter áspero en un modo de ser
agradable". Y en verdad que lo consiguió de tal manera, que varios años
después, el gran orador Bossuet, exclamará: "Oh Dios mío, si el Padre
Vicente de Paúl es tan amable, ¿Cómo lo serás Tú?".
San
Vicente contaba a sus discípulos: "Tres veces hablé cuando estaba de mal
genio y con ira, y las tres veces dije barbaridades". Por eso cuando le
ofendían permanecía siempre callado, en silencio como Jesús en su santísima
Pasión.
Se
propuso leer los escritos del amable San Francisco de Sales y estos le hicieron
mucho bien y lo volvieron manso y humilde de corazón. Con este santo fueron muy
buenos amigos.
Vicente
se hace amigo del Ministro de la marina de Francia, y este lo nombra capellán
de los marineros y de los prisioneros que trabajan en los barcos. Y allí
descubre algo que no había imaginado: la vida horrorosa de los galeotes. En ese
tiempo para que los barcos lograran avanzar rápidamente les colocaban en la
parte baja unos grandes remos, y allá en los subterráneos de la embarcación (lo
cual se llama galera) estaban los pobres prisioneros obligados a mover aquellos
pesados remos, en un ambiente sofocante, en medio de la hediondez y con hambre
y sed, y azotados continuamente por los capataces, para que no dejaran de
remar.
San
Vicente se horrorizó al constatar aquella situación tan horripilante y obtuvo
del Ministro, Sr. Gondi, que los galeotes fueran tratados con mayor bondad y
con menos crueldad. Y hasta un día, él mismo se puso a remar para reemplazar a
un pobre prisionero que estaba rendido de cansancio y de debilidad. Con sus
muchos regalos y favores se fue ganando la simpatía de aquellos pobres hombres.
El
Ministro Gondi nombró al Padre Vicente como capellán de las grandes regiones
donde tenía sus haciendas. Y allí nuestro santo descubrió con horror que los campesinos
ignoraban totalmente la religión. Que las pocas confesiones que hacía eran
sacrílegas porque callaban casi todo. Y que no tenían quién les instruyera. Se
consiguió un grupo de sacerdotes amigos, y empezó a predicar misiones por esos
pueblos y veredas y el éxito fue clamoroso. Las gentes acudían por centenares y
miles a escuchar los sermones y se confesaban y enmendaban su vida. De ahí le
vino la idea de fundar su Comunidad de Padres Vicentinos, que se dedican a instruir
y ayudar a las gentes más necesitadas. Son ahora 4,300 en 546 casas.
Santa Luisa de Marillac y San Vicente de Paúl |
San Vicente de Paul fundaba en todas partes a
donde llegaba, unos grupos de caridad para ayudar e instruir a las gentes más
pobres. Pero se dio cuenta de que para dirigir estas obras necesitaba unas
religiosas que le ayudaran. Y habiendo encontrado una mujer especialmente bien
dotada de cualidades para estas obras de caridad, Santa Luisa de Marillac, con
ella fundó a las hermanas Vicentinas, que son ahora la comunidad femenina más
numerosa que existe en el mundo. Son ahora 33,000 en 3,300 casas y se dedican
por completo a socorrer e instruir a las gentes más pobres y abandonadas, según
el espíritu de su fundador.
San
Vicente poseía una gran cualidad para lograr que la gente rica le diera
limosnas para los pobres. Reunía a las señoras más adineradas de París y les
hablaba con tanta convicción acerca de la necesidad de ayudar a quienes estaban
en la miseria, que ellas daban cuánto dinero encontraban a la mano. La reina
(que se confesaba con él) le dijo un día: "No me queda más dinero para
darle", y el santo le respondió: "¿Y esas joyas que lleva en los
dedos y en el cuello y en las orejas?", y ella le regaló también sus
joyas, para los pobres.
Parece
casi imposible que un solo hombre haya podido repartir tantas, y tan grandes
limosnas, en tantos sitios, y a tan diversas clases de gentes necesitadas, como
lo logró San Vicente de Paúl. Había hecho juramento de dedicar toda su vida a
los más miserables y lo fue cumpliendo día por día con generosidad heroica.
Fundó varios hospitales y asilos para huérfanos. Recogía grandes cantidades de
dinero y lo llevaba a los que habían quedado en la miseria a causa de la
guerra.
Se
dio cuenta de que la causa principal del decaimiento de la religión en Francia
era que los sacerdotes no estaban bien formados. Él decía que el mayor regalo
que Dios puede hacer a un pueblo es dale un sacerdote santo. Por eso empezó a
reunir a quienes se preparaban al sacerdocio, para hacerles cursos especiales,
y a los que ya eran sacerdotes, los reunía cada martes para darles conferencias
acerca de los deberes del sacerdocio. Luego con los religiosos fundados por él,
fue organizando seminarios para preparar cuidadosamente a los seminaristas de
manera que llegaran a ser sacerdotes santos y fervorosos. Aún ahora los Padres
Vicentinos se dedican en muchos países del mundo a preparar en los seminarios a
los que se preparan para el sacerdocio.
San
Vicente caminaba muy agachadito y un día por la calle no vio a un hombre que
venía en dirección contraria y le dio un cabezazo. El otro le dio un terrible
bofetón. El santo se arrodilló y le pidió perdón por aquella su falta
involuntaria. El agresor averiguó quien era ese sacerdote y al día siguiente
por la mañana estuvo en la capilla donde le santo celebraba misa y le pidió
perdón llorando, y en adelante fue siempre su gran amigo. Se ganó esta amistad
con su humildad y paciencia.
Siempre
vestía muy pobremente, y cuando le querían tributar honores, exclamaba:
"Yo soy un pobre pastorcito de ovejas, que dejé el campo para venirme a la
ciudad, pero sigo siendo siempre un campesino simplón y ordinario".
En
sus últimos años su salud estaba muy deteriorada, pero no por eso dejaba de
inventar y dirigir nuevas y numerosas obras de caridad. Lo que más le conmovía
era que la gente no amaba a Dios. Exclamaba: "No es suficiente que yo ame
a Dios. Es necesario hacer que mis prójimos lo amen también".
El
27 de septiembre de 1660 pasó a la eternidad a recibir el premio prometido por
Dios a quienes se dedican a amar y hacer el bien a los demás. Tenía 80 años.
El
Santo Padre León XIII proclamó a este sencillo campesino como Patrono de todas
las asociaciones católicas de caridad.