En
la primavera de 1916 Lucía, Francisco y Jacinta tuvieron su primer encuentro
con un mensajero celestial. Escribiendo en sus memorias, compuestas bajo
obediencia a su obispo, Lucía nos cuenta sobre esa primera reunión:
Fuimos
esa vez a la propiedad de mis padres, que está abajo del Cabeco, mirando hacia
el este. Se llama Chousa Velha.
Como
a mitad de mañana comenzó a lloviznar y subimos la colina, seguidos de las
ovejas, en busca de una roca que nos protegiera. Así fue como entramos por
primera vez en el lugar santo. Está en la mitad de una arboleda de olivos que
pertenece a mi padrino, Anastasio. Desde allí uno puede ver la aldea donde yo
nací, la casa de mi padre y también Casa Velha y Eira da Pedra. La arboleda de
obispos, que en realidad pertenece a varias personas, se extiende hasta estos
lugares.
Pasamos
el día allí, a pesar que la lluvia había pasado y el sol brillaba en el cielo
azul. Comimos nuestros almuerzos y comenzamos a rezar el rosario. Después de
eso comenzamos a jugar un juego con guijarros. Pasaron tan solo unos segundos
cuando un fuerte viento comenzó a mover los árboles y miramos hacia arriba para
ver lo que estaba pasando, ya que era un día tan calmado. Luego comenzamos a
ver, a distancia, sobre los árboles que se extendían hacia el este, una luz más
blanca que la nieve con la forma de un joven, algo transparente, tan brillante
como un cristal en los rallos del sol. Al acercarse pudimos ver sus rasgos. Nos
quedamos asombrados y absorbidos y no nos dijimos nada el uno al otro. Luego él
dijo:
No
tengan miedo. Soy el ángel de la paz. Oren conmigo.
El
se arrodilló, doblando su rostro hasta el suelo. Con un impulso sobrenatural
hicimos lo mismo, repitiendo las palabras que le oímos decir:
Mi
Dios, yo creo en ti, yo te adoro, yo te espero y yo te amo. Te pido perdón por
los que no creen, no te adoran, no te esperan y no te aman.
Después
de repetir esta oración tres veces el ángel se incorporó y nos dijo:
Oren
de esta forma. Los corazones de Jesús y María están listos para escucharlos.
Y
desapareció. Nos dejó en una atmósfera de lo sobrenatural que era tan intensa
que estuvimos por largo rato sin darnos cuenta de nuestra propia existencia. La
presencia de Dios era tan poderosa e intima que aún entre nosotros mismo no
podíamos hablar. Al día siguiente, también esta atmósfera nos ataba, y se fue
disminuyendo y desapareció gradualmente. Ninguno de nosotros pensó en hablar de
esta aparición o hacer ningún tipo de promesa en secreto. Estabamos encerrados
en el silencio sin siquiera desearlo.
El
efecto intenso de esta aparición del Angel tuvo sobre los niños, fue diferente
a la experiencia un tanto serena con al Virgen el año siguiente. Lucía dice:
No
sé porque pero las apariciones de la Virgen produjeron en nosotros efectos muy
diferentes que los de las visitas del ángel. En las dos ocasiones sentimos la
misma felicidad interna, paz y gozo, pero en vez de la posición física de
postrarce hasta el piso que impuso el ángel, nuestra Señora trajo una sensación
de expansión y libertad, y en vez de este aniquilamiento en la presencia
divina, deseábamos solamente exaltar nuestro gozo. No había dificultad al
hablar cuando nuestra Señora se apareció, había más bien por mi parte un deseo
de comunicarme.
Esta
diferencia puede tal vez ser explicada de la siguiente manera. Los ángeles
cualquiera que sea su coro tienen en común con Dios una naturaleza espiritual,
no mezclada con la materia. La bondad de su ser, llena de justicia divina de
acuerdo con el nivel de gloria dado a cada uno, irradia esa santidad sin
mediación, por tanto proporcionada a la capacidad de los seres humanos para
experimentarla. No sin razón las escrituras demuestran cuan fácil se puede
confundir a un ángel apareciéndose a un hombre con el mismo Dios. (Apoc. 19:10,
22:9). Sin embargo, cuando se aparece nuestra Señora, aunque su gloria es mayor
a la del más alto serafín, su naturaleza humana cubre esta gloria, así como
pasó con la naturaleza de nuestro Señor, aún después de su Resurrección.
Aunque
los ángeles también pueden aparecer en una forma más mundana, debe haber sido
parte del propósito divino el revelarle a los niños algo de la Santidad de
Dios. Lucía nos dice sobre este efecto que tardó en desaparecer:
Sus
palabras se sumieron tan profundamente en nuestras mentes que nunca las
olvidamos, hasta el punto en que pasábamos largos ratos de rodillas
repitiéndolas, a veces hasta que nos caíamos exhaustos.
Fuente: http://www.aciprensa.com/Maria/Fatima/aparicion-angel1.htm
Fuente: http://www.aciprensa.com/Maria/Fatima/aparicion-angel1.htm