I Domingo de
Adviento (ciclo C) Jeremías 33, 14-16; 1 Tesalonicenses 3, 12-4,2; Lucas 21,
25-28.34-36.
En la
naturaleza vemos muy bien definido lo que llamamos “ciclos”, por ejemplo en el
otoño la hojas caen y en la primavera todo vuelve a florecer y reverdecer. Así
nuestra vida compuesta por ciclos en grandes momentos de la historia personal.
¿Pero es de
verdad éste nuestro destino final? ¿Más mísero que el de los árboles? El árbol,
después del deshoje, en primavera vuelve a florecer; el hombre en cambio, una
vez que ha caído en tierra, ya no ve la luz. Al menos, no la luz de este
mundo... Las lecturas del domingo nos ayudan a dar una respuesta a la que es la
más angustiosa y la más humana de las cuestiones.
Nuestra vida
puede parecerse a ese tren que viene a toda velocidad y va a pasar por un
puente sobre un río, que se ha caído. Allí hay un guarda que con una luz trata
de decirle que debe de detenerse. Si el conductor está distraído arrastrará al
tren al vacío. Adviento nos ayuda a detenernos para reflexionar.
Con el primer
domingo de Adviento comienza un nuevo año litúrgico. El Evangelio que nos
acompañará en el curso de este año, ciclo C, es el de Lucas. La Iglesia acoge
la ocasión de estos momentos fuertes, de paso, de un año al otro, para
invitarnos a detenernos un instante, a observar nuestro rumbo, a plantearnos
las preguntas que cuentan: «¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? Y sobre todo,
¿adónde vamos?».
En las
lecturas de la Misa dominical, todos los verbos están en futuro. En la primera
lectura escuchamos estas palabras de Jeremías: «Mirad que días vienen –oráculo del
Señor- en que confirmaré la buena palabra que dije a la casa de Israel y a la
casa de Judá. En aquellos días y en aquel tiempo haré brotar para David un
Germen justo...».
A esta espera,
realizada con la venida del Mesías, el pasaje evangélico le da un horizonte o
contenido nuevo, que es el retorno glorioso de Cristo al final de los tiempos.
«Las fuerzas de los cielos serán sacudidas. Y entonces verán venir al Hijo del
hombre en una nube con gran poder y gloria».
Adviento es
tiempo de majestad y de ensayo. Jesús vendrá en majestad.
Este es el
anuncio de la Palabra de Dios y del adviento. Vendrá, hay un final, vendrá a
juzgar a vivos y a muertos. Vendrá en majestad.
Vino en la
debilidad de la carne.
Viene en la
oscuridad del misterio.
Vendrá en
majestad, vestido de gloria y de poder.
La mejor manera
de ensayar este encuentro es prepararlo, es dejar que Dios entre en el caos de
nuestra vida y vivir la esperanza de la salvación.
Hoy son tonos
e imágenes apocalípticas, de catástrofe. Sin embargo se trata de un mensaje de
consuelo y de esperanza. Nos dicen que no estamos caminando hacia un vacío y un
silencio eternos, sino hacia un encuentro, el encuentro con aquél que nos ha
creado y que nos ama más que un padre y una madre. En otro lugar el propio
Apocalipsis describe este evento final de la historia como una entrada al
banquete nupcial.
Desde el punto
de vista cristiano, toda la historia humana es una larga espera. Antes de
Cristo se esperaba su venida; después de él se espera su retorno glorioso al
final de los tiempos. Precisamente por esto el tiempo de Adviento tiene algo
muy importante que decirnos para nuestra vida.
La vida es espera!
Cuando una
mujer está embarazada se dice que «espera» un niño; los despachos de personas
importantes tienen «sala de espera». Pensándolo bien, la vida misma es una sala
de espera. Nos impacientamos cuando estamos obligados a esperar una visita o
una experiencia. Pero ¡ay si dejáramos de esperar algo! Una persona que ya no
espera nada de la vida está muerta. La vida es espera, pero es también cierto
lo contrario: ¡la espera es vida!
¿Qué
diferencia la espera del creyente de cualquier otra espera?
No es así para
el cristiano. Éste espera a uno que ya ha venido y que camina a su lado. Por
esto, después del primer domingo de Adviento, en el que se presenta el retorno
final de Cristo, en los domingos sucesivos escucharemos a Juan Bautista que nos
habla de su presencia en medio de nosotros: «¡En medio de vosotros -dice- hay
uno a quien no conocéis!». Jesús está presente en medio de nosotros no sólo en
la Eucaristía, en la palabra, en los pobres, en la Iglesia... sino que, por
gracia, vive en nuestros corazones y el creyente lo experimenta.
La del
cristiano no es una espera vacía, un dejar pasar el tiempo. En el Evangelio del domingo Jesús dice también cómo debe ser
la espera de los discípulos, cómo deben comportarse entretanto, a fin de no
verse sorprendidos: «Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por
el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida... Estad
en vela, pues, orando en todo tiempo...».
La historia
del Titanic, allí aparece el iceberg y todo termina, se termina la fiesta.
Existe un
iceberg en la ruta de cada uno de nosotros, la hermana muerte. Podemos fingir
que no lo vemos o no pensar en ello como la gente despreocupada que, en el Titanic,
estaba de fiesta esa noche, o podemos estar preparados para subirnos y dejarnos
conducir hacia el reino de los santos. El tiempo de Adviento debería servir
también para esto...
Ayer es
historia.
Mañana es
misterio.
Hoy es un
regalo.
Por eso a veces
le llamamos un presente.
Adviento es
tiempo de majestad y de ensayo. Jesús vendrá en majestad.
Este es el
anuncio de la Palabra de Dios y del adviento. Vendrá, hay un final, vendrá a
juzgar a vivos y a muertos. Vendrá en majestad.
Vino en la
debilidad de la carne.
Viene en la
oscuridad del misterio.
Vendrá en
majestad, vestido de gloria y de poder.
El Adviento es
tiempo de espera. No la espera de la dulce Navidad ni la amarga espera del
final. Es la espera de la felicidad prometida por Dios y del acontecimiento de
Cristo, nuestro Salvador.
"Creía que
este amor duraría siempre y me equivocaba. De ahora en adelante, los astros
están de más: apágalos todos: cubre la luna y deshaz el sol; seca el océano y
barre los bosques; ya que, de ahora en adelante, nada podrá ya serme
favorable", escribe el poeta.
Cuando la
tragedia nos golpea a través de la muerte o la desgracia, cuando un amor nos
deja, entonces es cuando tenemos que afrontar nuestra crisis, nuestro final,
nuestra muerte, interior.
El evangelio es
siempre buena noticia. Pero hay que perseverar y seguir creyendo que el amor de
Dios es más fuerte que la muerte y que no tenemos nada que temer cuando el
Señor venga en su gloria. Nos sentará a la mesa de los amigos y nos saludará
con palabras que no pasarán.
El calendario
Maya y cientos de predicadores anuncian que el fin de este mundo es inminente.
Esta es la mala noticia. La buena noticia es que Dios tiene poder para crear un
mundo nuevo que no tendrá fin. Ese mundo nuevo será inaugurado con la venida
salvadora del Señor Jesús.