La soledad fortalece al hombre en sus
propósitos, como la encina sostiene vigorosamente sus ramas para que resistan
los vendavales.
El silencio es útil como la boca del
horno que no deja salir el calor, necesario para cocer el pan. Sé parco al
hablar, como procuras mantener tibio el aire en tu pieza en el crudo invierno.
Sólo Dios es santo, y los hombres
-quien más, quien menos- tienen manchas y miserias: aprendamos por lo tanto a
tratar más con Dios que con sus pobres criaturas.
¡Qué hermoso dejarse guiar por el
espíritu del Señor! ¿Prestamos atención y obedecemos a sus divinas
inspiraciones?
En el silencio y en la soledad se
maduran las grandes empresas para salvar a la tambaleante sociedad.