No hay peor ciego que el que cree ver sin Jesús

El relato de Marcos (San Marcos 10, 46-52) no es solamente la descripción de la curación de un ciego en las afueras de Jericó. Es, además, UNA CATEQUESIS ELABORADORA con mano maestra, que nos invita al cambio y nos ruge a la converción, nos lleva a buscar la luz que falta en nuestra vida llena de oscuridad.

La situación de Bartimeo está descrita con rasgos muy cuidados. Es un hombre ciego al que le falta la luz y la orientación. Está sentado, incapaz de dar ya más pasos (¿depresivo? ¿sin fuerzas? ¿que hacer con su vida?). Se encuentra al borde del camino (cuando uno enla vida dice muchas veces ¡basta!), sin una trayectoria en la vida. Es mendigo, su vida y subsistencia dependen de los demas. Es un excluido, un digno de lástima, está solo.

 
El relato afirma, sin embargo, que dentro de este hombre hay todavía una fe capaz de hacerle reaccionar y de ponerlo de nuevo en el verdadero camino Bartimeo percibe que Jesús no está lejos (muchas veces nos preguntamos ¿dónde está Dios?) y entonces pide a gritos su ayuda.

 
Como a los hijos de Zebedeo, Jesús le pregunta: «¿Qué quieres que haga por ti?». El paralelismo de la pregunta acéntua la diferencia a la respuesta. Mientras que los dos hermanos deseaban sentarse junto a Jesús, el ciego Bartimeo, cansado ya de estar sentado, desea recobrar la vista para seguir a Jesús. El contraste es aleccionador y la figura de este ciego se convierte en modelo para todo discípulo.
Parecería que la pregunta de Jesús es impropia, pero el Señor quiere saber cuál es la verdadera intención del corazón del hombre.

 
El relato del ciego de Jericó es el último milagro de curación y el último episodio narrado por Marcos antes de la sección de la pasión de la resurección de Cristo. El evangelista abrió esta seccióm temática tras la curación del ciego de Betsaida (Mc 8, 22-24), simbolo del discípulo que no ve, según la lógica de Dios. Aquí Marcos va expresar el auténtico mesianismo de Jesús que incluye la aceptación del sufrimiento por amor (Mc 8, 31).

EL CAMINO ES TAMBIÉN LA VIDA DEL DISCÍPULO. En medio de su vida cotidiana es instrumento y está llamado a compartir y construir la comunidad alternativa. El discípulo no ha entendido mucho, pero ha seguido; no ha dejando el camino. Ahora le vemos comolo que es, «un mendigo ciego», en el camino a la salida de Jericó, gritando a Jesús para que le dé la vista. Gritar cada vez más alto, arrojar el manto, saltar y acercarse a Jesús son detalles preciosos de la manera de reaccionar del discípulo.

 
Por lo tanto, estamos ante un relato que es mucho más que un simple relato de curación. Aquí hay todo UN PROCESO DE FE (habiendo comenzado a celebrar el año de la fe...) que el evangelista, con detalle y precisión, nos ofrece.

 
La curación del ciego Bartimeo expresa el paso del alejamiento («al borde del camino») a la proximidad («se acercó a Jesús»); de la pasividad («estaba sentado») a la acción («lo siguió por el camino»); de la marginación («muchos le regañaban») a la liberación («recobró la vista»).

 
Recorre el itinerario de un convertido que desea ser cristiano y formar parte de una comunidad: reconoce su situación, ora con humildad, invoca a pesar de las dificultades, se deja interrogar, abre los ojos a la luz y se compromete en el seguimiento. No creyó por haber sido curado, sino que fue curado por haber creído, La fe de Bartimeo es sencilla y firme, en contraposición a la de quienes creen ver y, sin embargo, son ciegos.

Todo ESE PROCESO DE LA FE que se nos ofrece es -sin duda- todo UN PROGRAMA PARA NUESTRO CAMINAR como creyentes. Es una invitación a vivir esos pasos, para superar la actitud de los mismos discípulos, y PARTICIPAR DEL CAMBIO que realiza aquel pobre y marginando ciego.

 
También nosotros en nuestro proceso de fe, de conversión, de acercamiento a Jesús debemos de tener en cuenta los pasos dados por Bartimeo:

SUPLICAR y GRITAR desde nuestra ceguera.
INSISTIR, a pesar de la oposición, la represión o la contrariedad.
ACERCARSE A JESÚS, desde donde uno está, con confianza y alegría.
DIALOGAR CON EL SEÑOR y expresar nuestros anhelos, a partir de la situación humana que vivimos, a pesar de los obstáculos y dificultades.
ILUMINACIÓN DE LOS OJOS Y DEL CORAZÓN: recobrar la vista, el horizonte.
SEGUIR A JESÚS POR EL CAMINO, por los caminos que llevan a Jerusalén y al Reino.

 
Oramos con el Evangelio meditado

AL BORDE DEL CAMINO

Aquí estoy, Señor,
como el ciego al borde del camino
-cansado, sudoroso, polvoriento-;
mendigo por necesidad y oficio.

Pasas a mi lado y no te veo.
Tengo los ojos cerrados a la luz.
Costumbre, dolor, desaliendo...
Sobre ellos han crecido duras escamas
que me impiden verte.
Pero al sentir tus pasos,
al oír tu voz inconfundible,
todo mi ser se estremece
como si un manantial brotara dentro de mí.

 
Yo te busco,
Yo te deseo,
Yo te necesito
para atravesar las calles de la vida
y andar por los caminos de las manos
sin perderme.

Pero... ¡qué pregunta la tuya!
¿Qué desea un ciego sino ver?
¡Que vea Señor!

Que vea, Señor, tus sendas.
Que vea, Señor, los caminos de la vida.
Que vea, Señor, ante todo, tu rostro,
tus ojos tu corazón.

¡Que vea, Señor!