2 de Octubre - Santos Ángeles Custodios - San Mateo 18,1-5.10

En aquel momento los discípulos se acercaron a Jesús para preguntarle: "¿Quién es el más grande en el Reino de los Cielos?". Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: "Les aseguro que si ustedes no cambian o no se hacen como niños, no entrerán en eñ Reino de los Cielos. Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño, será el más grande en el Reino de los Cielos. El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí mismo. Cuídense de despreciar a cualquiera de estos pequeños, porque les aseguro que sus ángeles en el cielo están constantemente en prsencia de mi Padre celestial.
  • El evangelio de hoy trae la primera parte del Sermón de la Comunidad (Mt 18,1-14) que tiene como palabra clave los “pequeños”. Los pequeños no son los niños, sino también las personas pobres y sin importancia en la sociedad y en la comunidad, inclusive los niños. Jesús pide que estos pequeños estén en el centro de las preocupaciones de la comunidad, pues "el Padre no quiere que ni uno de estos pequeños perezca" (Mt 18,14).
  • Mateo 18,1: La pregunta de los discípulos demuestra que la ambición humana está siempre presente y da pie a la enseñanza de Jesús. Los discípulos quieren saber quién es el mayor en el Reino. Sólo el hecho de que ellos hicieran esa pregunta revela que habían entendido poco o nada del mensaje de Jesús. El Sermón de la Comunidad, todo ello, es para hacer entender que entre los seguidores y las seguidoras de Jesús tiene que estar vivo el espíritu de servicio, de entrega, de perdón, de reconciliación y de amor gratuito, sin buscar el propio interés y autopromoción.
    En vez de crecer hacia arriba, tienen que crecer hacia abajo, hacia la periferia, donde viven los pobres, los pequeños. ¡Así serán los mayores en el Reino! Y el motivo es éste: “¡Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe!” Jesús se identifica con ellos. El amor de Jesús hacia los pequeños no tiene explicación. Los niños no tienen mérito. Es la pura gratuidad del amor de Dios que aquí se manifiesta y pide ser imitada en la comunidad por los que se dicen discípulos y discípulas de Jesús. En Israel los niños hasta los doce años no tenían ninguna importancia.

  • Mateo 18,10-11: Los ángeles de los pequeños están en presencia del Padre. Jesús evoca el salmo 91. Los pequeños hacen de Yavé su refugio y toman al Altísimo como defensor (Sal 91,9) y, por esto: “No podrá la desgracia dominante ni la plaga acercarse a tu morada, pues ha dado a sus ángeles la orden de protegerte en todos tus caminos. En sus manos te habrán de sostener, para que no tropiece tu pie en alguna piedra”. (Sal 91,10-12). El Reino es pura gratuidad, don de Dios. El Padre los ama tanto que ha puesto un ángel para que los custodie.

La presencia de los ángeles en la vida humana es, nuevamente, la mayor expresión del amor que dios tiene por cada uno de nosotros.
Hay una frase muy importante que es “… Les aseguro que si ustedes no cambian…”. «Si no cambiáis», literalmente  «si no dais la vuelta», que significa un cambio de dirección (gr. stréphô, no epistrephô, convertirse). En este contexto, se entiende que se introduzca el tema de la “conversión”, tan familiar en la predicación de los profetas (cf. Jr 3,14-22; 31,13-23; Ez 14,6). La conversión, cambio de mentalidad, reorientación de nuestra vida hacia el Señor y el cumplimiento de su voluntad. Se la compara con un nuevo nacimiento.
El ejemplo de esa conversión en nuestras vidas está dado en ejemplo de los niños.
¿Qué ve Jesús en los niños? Jesús ve en los niños y actitides esenciales para alcanzar el Cielos.
  • El niño vive con plenitud el presente y nada más.
  • La enfermedad de los adultos es vivir con excesiva inquietud por el mañana, dejando vacío el hoy, que es lo que debe vivir con toda intenciedad.
¡A lo largo de los caminos de la existencia diaria es donde podréis encontrar al Señor!
"... Ésta es la dimensión fundamental del encuentro. No hay que tratar con algo, sino con Alguien, con el que vive..." (Juan Pablo II, Mnsaje para la XII Jornada Mundial de la Juventud, 1997).
Cardenal Van Thuan (Hasta el 29 de abril de 1975 fue, por ocho años, obispo de Nhatrang, en el centro de Vietnam, la primera diócesis que le fue confiada.  El 23 de abril de 1975 Pablo VI lo  nombró arzobispo coadjutor de Saigón. Cuando los comunistas llegaron a Saigón, le dijeron que su  nombramiento era fruto de un complot entre el Vaticano y los imperialistas para organizar la lucha contra el régimen comunista. Tres meses después fue llamado al palacio presidencial para ser arrestado: era el día de la Asunción de la Virgen, 15 de agosto de 1975. El 21 de noviembre de 1988, fiesta de la Presentación de nuestra Señora, fue liberado y obligado a vivir en la casa del Arzobispado de Hanoi, sin permiso de ejercer labor pastoral. Fallece el 16 de septiembre de 2002. Escribió los siguientes libros: 1. Cinco Panes y Dos Peces; 2. Camino de la Esperanza (Mil y un Pasos en el Camino de la Esperanza) 3. Testigos de Esperanza. 4. "Oraciones de Esperanza". 5. "La Esperanza no defraudada." 6. "Scoprite la gioia della speranza" (último retiro espiritual predicado por el Cardenal Van Thuan)  nos ha dejado un testimonio desde su prisión de cómo vivir el momento presente. “Cuando era trasladado para ser arrestado, durante el trayecto de 450 km que me lleva al lugar de mi residencia obligatoria, vinieron a mi mente muchos pensamientos confusos: tristezas, abandono, cansancio, después de tres meses de tensiones... Pero en mi mente surge claramente una palabra que disipa toda oscuridad, la palabra que Mons. John Walsh, obispo misionero en China, pronunció cuando fue liberado después de doce años de cautiverio: “He pasado la mitad de mi vida esperando”. Es una gran verdad: todos los prisioneros, incluido yo mismo, esperan cada minuto su liberación. Pero después decidí: “Yo no esperaré. Voy a vivir el momento presente colmándolo de amor”.
No es una inspiración improvisada, sino una convicción que he madurado durante toda la vida. Si me paso el tiempo esperando quizá las cosas que espero nunca lleguen. “Yo no esperaré. Voy a vivir el momento presente colmándolo de amor.
Una vez, la Madre Teresa de Calcuta le  escribió: “Lo importante no es el número de acciones que hagamos, sino la intensidad del amor que ponemos en cada acción”.
¿Cómo llegar a esta intensidad de amor en el momento presente? Pienso que debo vivir cada día, cada minuto, como el último de mi vida. Dejar todo lo que es accesorio, concentrarme sólo en lo esencial. Cada palabra, cada gesto, cada conversación telefónica, cada decisión es la cosa más bella de mi vida; reservo para todos mi amor, mi sonrisa; tengo miedo de perder un segundo viviendo sin sentido... “
Para vos el momento más bello es el momento presente. Vívelo en la plenitud del amor de Dios. Tu vida será maravillosamente bella si es como un cristal formado por millones de esos momentos.
El niño carece de todo sentimiento de suficiencia. Necesita constantemente de sus padres, y lo sabe; es fundamentalmente un ser necesitado. Así debemos ser delante de nuestro Padre Dios: un ser que es todo necesidad.
Hacerse interiormente como niños, siendo mayores, nos puede resultar una tarea costosa ya que requiere fortaleza en la voluntad y un gran abandono en Dios. Este abandono, que lleva consigo una inmensa paz, solo se consigue cuando quedamos indefensos ante el Señor.
Hacernos niños es renunciar a la soberbia, a la autosuficiencia, reconocer que nosotros solos nada podemos, porque necesitamos de la gracia, del poder de nuestro Padre Dios para aprender a caminar y para perseverar en el camino.
Ser pequeños exige abandonarnos como se abandonan los niños, creer como creen los niños, pedir como piden los niños.
El camino de la infancia espiritual lleva consigo un trato de una confianza sin límites en Dios nuestro Padre. En una familia, el padre interpreta al hijo pequeño el mundo extraño; el pequeño se siente débil, pero sabe que su padre lo defenderá y por eso vive y camina confiado.
El niño sabe que junto a su padre nada le puede faltar, nada malo puede sucederle. Su alma y su mente están abiertas sin prejuicios ni recelos a la voz de su padre.
El niño cae frecuentemente, pero se levanta con prontitud y ligereza; cuando se vive vida de infancia, las mismas caídas y las flaquezas son medios de santificación. Su amor es siempre joven porque olvida con facilidad las experiencias negativas: no las almacena en su alma, como hace quien tiene alma de adulto.
Se llaman niños –comenta San Juan Crisóstomo– no por su edad, sino por la sencillez de su corazón.
La sencillez es quizá la virtud que resume y coordina las demás facetas de esa vida de infancia que el Señor nos pide. Tenemos que ser –dice San Jerónimo– «como el niño que les propongo de ejemplo... no piensa una cosa y dice otra distinta, así también ustedes, porque si no tienen tal inocencia y pureza de intención no podrán entrar en el reino de los cielos».
 
Consecuencia de la vida de infancia es la docilidad. Según su etimología, es dócil quien está dispuesto y preparado a ser enseñado; y así debemos estar ante los misterios de Dios y de las cosas que a Él se refieren. Quien tiene alma de adulto da por sabidas muchas cosas, que en realidad desconoce.
 
Dice Ernesto Sábato en su carta "Resistencia" que de las prisas no sale nada, "en el vértigo no se dan frutos ni se florece". "Abro la boca y respiro, ansiando tus mandamientos" (Salmo 131). Es una buena manera de florecer.

v. 10: La conclusión de lo anterior viene enfatizada por Jesús con la comparación de los ángeles. Según la creencia judía, sólo podían contemplar el rostro de Dios los llamados siete ángeles del Servi­cio. Más tarde, por subrayar la trascendencia divina, se pensó que ni siquiera éstos podían hacerlo. Para ponderar el respeto debido a los pequeños se apoya Jesús sobre esa imagen: los pequeños son delante de Dios los más importantes de los hombres; lo que a ellos ocurre tiene inmediata resonancia ante el Padre del cielo.
La frase “sus ángeles contemplan en el cielo el rostro de mi Padre” no se preocupa en absoluto de los ángeles ni tiene el menor interés por ellos. Según una creencia eran pocos los ángeles que tenían acceso directo a Dios. Teniendo en cuenta estos presupuestos, la enseñanza recae en la dignidad de los pequeños que creen en Jesús: si sus ángeles tienen esa dignidad, ¡cuánta mayor será la dignidad de los creyentes a cuyo servicio están!.

Jesús manda hacerse como niños. el niño no tiene pretensiones, sabe que es niño y acepta su niñez, su impotencia frente a la vida, la necesidad que tiene de sus padres para subsistir. Viven en la humildad, es decir, no haciéndose menos de lo que son, sino reconociendo lo que son. Tengamos por cierto que el ser humano no necesita hacerse menos de lo que es
para ser humilde. Además recibir el reino significa entrar en una relación íntima con el Padre celestial, en la que cada persona es igualmente querida para Dios.
Me pregunto ¿acepto mi impotencia?. ¿Mi situación actual?
 
Si no volviereis, etc.: todos hemos sido niños. El volver a serlo no puede extrañarnos, pues Jesús dice a Nicodemo que hemos de nacer de nuevo (Juan 3, 3 ss.).
 
 
Oración.
Jesús, no esperaré; vivo el momento presente colmándolo de amor.
La línea recta está formada por millones de puntitos unidos entre sí.
También mi vida está integrada por millones de segundos y de minutos unidos entre sí. Dispongo perfectamente cada punto y mi línea será recta.
Vivo con perfección cada minuto y la vida será santa.
El camino de la esperanza está enlosado de pequeños pasos de esperanza.
La vida de esperanza está hecha de breves minutos de esperanza.
Como Tú, Jesús, que has hecho siempre lo que le agrada a tu Padre. Cada minuto quiero decirte: Jesús, te amo; mi vida es siempre una “nueva y eterna alianza” contigo. Cada minuto quiero cantar con toda la Iglesia:
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo...