De la literatura de
la época de Jesús se deduce que los diversos círculos del pueblo judío habían
concebido cada uno su Mesías, al que esperaban en muy diversas formas de
apariencia.
Había, no obstante,
un punto en el que estaban de acuerdo sectores bastante amplios, la masa del
pueblo y los fariseos: el Mesías libertador político de Israel del yugo
extranjero. El concepto de un Mesías absoluta o predominantemente político
era el resultado del centenario avasallamiento del pueblo judío por estados
extranjeros y paganos.
Los discípulos están
dispuestos a aceptar el carácter mesiánico de Jesús, pero no en el camino
mesiánico hacia el sufrimiento. A la profundización en la perspectiva mesiánica
corresponde otra profundización de la fe (o de la incredulidad).
La soledad de
Jesús es total. No sólo es la gente la que no comprende, sino tampoco los
discípulos. Jesús condena a Pedro con los mismos términos con que condenó a
Satanás en la tentación del desierto. Se trata realmente de la misma tentación:
una oposición mesiánica que descarta los caminos de Dios para imponer los
caminos humanos. Hay que comprender además en qué consiste la novedad de la
revelación que aquí se nos hace. No consiste solamente en la perspectiva de la
pasión, sino en el hecho de que esta
pasión entra en los planes de Dios.
La pasión no es la
consecuencia de una fatalidad, sino de la voluntad de Dios. Está arraigada en
el plan mismo de Dios.
El camino que Jesús
como mesías ve ante sí y del que abiertamente hablaba con sus discípulos (Mc 8,
31s) no era entendido por Pedro. Por eso Jesús lo toma aparte para
recriminarlo, no dejándose desviar de su camino. Y dice a Pedro: "apártate
detrás de mi (de mi vista), Satanás" (v. 33). Esta es una importante y
dura palabra, pues ese "detrás de mí" (así en el original para decir
"apártate de mi vista") es la misma expresión que en otro tiempo
dirigió a Simón para invitarlo al seguimiento (1, 17 “… SÍGANME Y LOS HARÉ
PESCADORES DE HOMBRES…”). Con el intento de desviar a Jesús de su camino, Pedro
traiciona su vocación como discípulo.
El discípulo quiere
seguir a Cristo tiene que
"negarse" a sí mismo (8, 34), esto es, tiene que aceptar -a diferencia de Pedro- el proyecto mesiánico de Cristo
El discípulo (8,
35) tiene que proyectar su existencia en
términos de entrega, no de posesión: "El que quiera asegurar su
vida la perderá; en cambio, el que pierda su vida por mí y por el Evangelio se
salvará".
Jesús afirma que la
vida entera, material y espiritual, se posee únicamente en la entrega de sí
mismo. Vale la pena que insistamos: Jesús no nos pide que renunciemos a la vida
(a esta vida, para que tengamos otra), sino
que exige que cambiemos el proyecto de esta vida. No se trata de una
renuncia a la vida, sino de un proyecto de la misma en la línea del amor.
La oposición está
en el proyecto del hombre y el proyecto de Dios, entre dos modos posibles de
conducir la existencia.
Está en juego toda
la existencia; la elección hay que hacerla entre una vida "llena" y una vida "vacía".
Es inválida toda
confesión sobre Jesús que no parta de la provocación de la muerte y de la
resurrección de Jesús.
Los romanos
obligaban al reo a llevar sobre los hombros su propia cruz, y más de uno de los
oyentes habría visto con sus ojos a alguno de estos desgraciados caminar
fatigosamente para ser crucificado.
Pero la cruz, que
es la más alta expresión del sacrificio, no tiene que ver nada con el
masoquismo: el cristiano no se sacrifica por amor al dolor, sino por amor a
Cristo y a los hombres y por hacer la voluntad de Dios.
Para
Jesús los grandes signos de su venida son precisamente signos liberadores en
sentido perfectamente corporal: saciar el hambre, obtener la curación, superar
la angustia e ir más allá incluso de la muerte.
Jesús está diciendo
aquí una cosa muy concreta, que fácilmente podemos deducir del contexto
anterior. Y es esto: desgraciadamente es connatural en el hombre el deseo del
poder: y esto explica que los mismos discípulos no entiendan la función
profética de Jesús y la confundan con una posible tarea de liderazgo político.
Por eso, Jesús
habla de la "cruz": era la suerte que les tocaba a todos aquellos que
no bailaban al ritmo del poder establecido y simultáneamente hacían de él una
fuerte crítica. Jesús prevé la cruz como resultado de su gestión profética: lo
mismo habían hecho con los profetas anteriores. Por lo tanto, "seguir a
Jesús", ser su discípulo no es predisponerse para obtener un cargo en el
nuevo Israel liberado de la ocupación romana. Era algo verdaderamente
inconcebible: apuntarse a la procesión de los crucificados por el poder,
teniendo a Jesús como hermano mayor de la extraña cofradía.
Jesús termina con
una paradoja: "perder la vida por él y por el evangelio" es ganarla.
Saber en verdad
quién es Jesús es el cometido también para nosotros en nuestra vida como
cristianos. Entonces la gran pregunta que hoy hace Jesús ¿Y Ustedes quién dicen
que soy yo?. El Señor la dirige, también hoy, a cada uno de nosotros. Los que
estamos participando de la celebración eucarística, los que hemos venido hasta
aquí. ¿A quién vinimos a buscar?. ¿Qué es lo que vinimos a buscar?.
Si la respuesta es:
“… vinimos a buscar el poder de Dios…” la nueva pregunta será ¿qué poder de
Dios?. ¿Ese poder que nos haga tener una vida sin ninguna preocupación? ¿Ese
poder que es como un sinónimo de magia? Tenía algo y ya no lo tengo.
El Señor hoy nos
habla de “aceptar” (la voluntad de Dios, el plan de Dios), “cargar”,
“seguirlo”.
Para aceptar primero debo de
reconocer lo que tengo, no puedo aceptar algo que no sé que lo tengo, que no
quiero aceptar que lo tengo, que creo que lo tengo pero quiero atribuírselo a
otras personas, es decir no implicarme, no hacerme cargo. Aceptar el plan de Dios
(muerte, enfermedad, dolor etc).
San Pablo nos
recuerda “déjense reconciliar con Dios”(2 Cor 5,20). Me debo reconciliar con mi
vida, mi historia, mi pasado, mis sentimientos, con mis oscuridades.
Para cargar algo tengo que
saber, de antemano, que eso me va “pesar”, que no es algo fácil. Cargar es
ponerlo en mi persona. Esto es muy distinto a “arrastrar” (muchas veces
arrastramos la vida, la existencia, la historia personal). El que arrastra se
va enganchando con otras cosas que va encontrando en el camino y así es cada
vez más difícil hasta que en un momento queda “enganchada” toda nuestra vida y
ya no podemos seguir más adelante. Ya no hay un proyecto. Decimos “estoy
trabado”.
Para seguir hay que estar
seguro de la persona a la cual seguimos y hacia dónde vamos. Es tomar ese
camino que es el correcto (conversión).
Por eso hoy le
pedimos al Señor que nos ayude a Aceptar, cargar y seguirlo a él como
verdaderos discípulos.