Domingo XXIV durante el año Ciclo B (16 de Septiembre)

Evangelio: San Marcos 8,27-35


De la literatura de la época de Jesús se deduce que los diversos círculos del pueblo judío habían concebido cada uno su Mesías, al que esperaban en muy diversas formas de apariencia.

Había, no obstante, un punto en el que estaban de acuerdo sectores bastante amplios, la masa del pueblo y los fariseos: el Mesías libertador político de Israel del yugo extranjero. El concepto de un Mesías absoluta o predominantemente político era el resultado del centenario avasallamiento del pueblo judío por estados extranjeros y paganos.

Los discípulos están dispuestos a aceptar el carácter mesiánico de Jesús, pero no en el camino mesiánico hacia el sufrimiento. A la profundización en la perspectiva mesiánica corresponde otra profundización de la fe (o de la incredulidad).

La soledad de Jesús es total. No sólo es la gente la que no comprende, sino tampoco los discípulos. Jesús condena a Pedro con los mismos términos con que condenó a Satanás en la tentación del desierto. Se trata realmente de la misma tentación: una oposición mesiánica que descarta los caminos de Dios para imponer los caminos humanos. Hay que comprender además en qué consiste la novedad de la revelación que aquí se nos hace. No consiste solamente en la perspectiva de la pasión, sino en el hecho de que esta pasión entra en los planes de Dios.

La pasión no es la consecuencia de una fatalidad, sino de la voluntad de Dios. Está arraigada en el plan mismo de Dios.

El camino que Jesús como mesías ve ante sí y del que abiertamente hablaba con sus discípulos (Mc 8, 31s) no era entendido por Pedro. Por eso Jesús lo toma aparte para recriminarlo, no dejándose desviar de su camino. Y dice a Pedro: "apártate detrás de mi (de mi vista), Satanás" (v. 33). Esta es una importante y dura palabra, pues ese "detrás de mí" (así en el original para decir "apártate de mi vista") es la misma expresión que en otro tiempo dirigió a Simón para invitarlo al seguimiento (1, 17 “… SÍGANME Y LOS HARÉ PESCADORES DE HOMBRES…”). Con el intento de desviar a Jesús de su camino, Pedro traiciona su vocación como discípulo.

El discípulo quiere seguir a Cristo  tiene que "negarse" a sí mismo (8, 34), esto es, tiene que aceptar -a diferencia de Pedro- el proyecto mesiánico de Cristo

El discípulo (8, 35) tiene que proyectar su existencia en términos de entrega, no de posesión: "El que quiera asegurar su vida la perderá; en cambio, el que pierda su vida por mí y por el Evangelio se salvará".

Jesús afirma que la vida entera, material y espiritual, se posee únicamente en la entrega de sí mismo. Vale la pena que insistamos: Jesús no nos pide que renunciemos a la vida (a esta vida, para que tengamos otra), sino que exige que cambiemos el proyecto de esta vida. No se trata de una renuncia a la vida, sino de un proyecto de la misma en la línea del amor.

La oposición está en el proyecto del hombre y el proyecto de Dios, entre dos modos posibles de conducir la existencia.

Está en juego toda la existencia; la elección hay que hacerla entre una vida "llena" y una vida "vacía".

Es inválida toda confesión sobre Jesús que no parta de la provocación de la muerte y de la resurrección de Jesús.

Los romanos obligaban al reo a llevar sobre los hombros su propia cruz, y más de uno de los oyentes habría visto con sus ojos a alguno de estos desgraciados caminar fatigosamente para ser crucificado.

Pero la cruz, que es la más alta expresión del sacrificio, no tiene que ver nada con el masoquismo: el cristiano no se sacrifica por amor al dolor, sino por amor a Cristo y a los hombres y por hacer la voluntad de Dios.

Para Jesús los grandes signos de su venida son precisamente signos liberadores en sentido perfectamente corporal: saciar el hambre, obtener la curación, superar la angustia e ir más allá incluso de la muerte.

Jesús está diciendo aquí una cosa muy concreta, que fácilmente podemos deducir del contexto anterior. Y es esto: desgraciadamente es connatural en el hombre el deseo del poder: y esto explica que los mismos discípulos no entiendan la función profética de Jesús y la confundan con una posible tarea de liderazgo político.

Por eso, Jesús habla de la "cruz": era la suerte que les tocaba a todos aquellos que no bailaban al ritmo del poder establecido y simultáneamente hacían de él una fuerte crítica. Jesús prevé la cruz como resultado de su gestión profética: lo mismo habían hecho con los profetas anteriores. Por lo tanto, "seguir a Jesús", ser su discípulo no es predisponerse para obtener un cargo en el nuevo Israel liberado de la ocupación romana. Era algo verdaderamente inconcebible: apuntarse a la procesión de los crucificados por el poder, teniendo a Jesús como hermano mayor de la extraña cofradía.

Jesús termina con una paradoja: "perder la vida por él y por el evangelio" es ganarla.

Saber en verdad quién es Jesús es el cometido también para nosotros en nuestra vida como cristianos. Entonces la gran pregunta que hoy hace Jesús ¿Y Ustedes quién dicen que soy yo?. El Señor la dirige, también hoy, a cada uno de nosotros. Los que estamos participando de la celebración eucarística, los que hemos venido hasta aquí. ¿A quién vinimos a buscar?. ¿Qué es lo que vinimos a buscar?.

Si la respuesta es: “… vinimos a buscar el poder de Dios…” la nueva pregunta será ¿qué poder de Dios?. ¿Ese poder que nos haga tener una vida sin ninguna preocupación? ¿Ese poder que es como un sinónimo de magia? Tenía algo y ya no lo tengo.

El Señor hoy nos habla de “aceptar” (la voluntad de Dios, el plan de Dios), “cargar”, “seguirlo”.

Para aceptar primero debo de reconocer lo que tengo, no puedo aceptar algo que no sé que lo tengo, que no quiero aceptar que lo tengo, que creo que lo tengo pero quiero atribuírselo a otras personas, es decir no implicarme, no hacerme cargo. Aceptar el plan de Dios (muerte, enfermedad, dolor etc).

San Pablo nos recuerda “déjense reconciliar con Dios”(2 Cor 5,20). Me debo reconciliar con mi vida, mi historia, mi pasado, mis sentimientos, con mis oscuridades.

Para cargar algo tengo que saber, de antemano, que eso me va “pesar”, que no es algo fácil. Cargar es ponerlo en mi persona. Esto es muy distinto a “arrastrar” (muchas veces arrastramos la vida, la existencia, la historia personal). El que arrastra se va enganchando con otras cosas que va encontrando en el camino y así es cada vez más difícil hasta que en un momento queda “enganchada” toda nuestra vida y ya no podemos seguir más adelante. Ya no hay un proyecto. Decimos “estoy trabado”.

Para seguir hay que estar seguro de la persona a la cual seguimos y hacia dónde vamos. Es tomar ese camino que es el correcto (conversión).

Por eso hoy le pedimos al Señor que nos ayude a Aceptar, cargar y seguirlo a él como verdaderos discípulos.