Su Festividad: 3 de Septiembre |
Gregorio
había nacido en 540 el seno de la familia de los Anicios de la que han llegado
a los altares sus padres y dos tías, Társila y Emiliana. En este ambiente
religioso se desarrolla su espíritu, cuando Roma llega a lo más bajo de la
curva de su caída. Cuando el poder imperial, se había restablecido en Roma
desde Constantinopla, Gregorio comienza su formación cultural.
No
es la literatura su fuerte, pero sí los estudios jurídicos, magnífica
preparación para sus actividades futuras. Dios sabe preparar sus instrumentos.
Terminada su carrera de Derecho, el emperador Justino II le nombra prefecto de
Roma, al frente de todas las funciones administrativas y judiciales.
Monje
Pero
su corazón aspiraba a cosas más altas, y tras una desgarradora lucha interior,
manifestada en una carta a su amigo íntimo, desde sus tiempos de
Constantinopla, San Leandro, ahora obispo de Sevilla, Roma contempla cómo su
prefecto cambia sus ricas vestiduras por los austeros hábitos de los campesinos
que San Benito había adoptado para sus monjes.
Transformó
su palacio del monte Celio en monasterio. Y es feliz en la paz del claustro,
aunque pronto tendrá que abandonarla porque el Papa le envía como Nuncio a
Constantinopla. En adelante añorará siempre aquellos cuatro años de vida
monacal.
Unos
ocho años más tarde, hacia el 586, regresa a Roma cuando las aguas del Tíber se
desbordan y siembran la desolación.
La
contemplación de aquella catástrofe es angustiosa: Personas ahogadas, palacios
destruidos, hambre y, por fin, la peste, son el balance de aquella tragedia.
En
aquella hecatombe y por la misma peste, muere el Papa Pelagio II. Y Gregorio,
el Prefecto, es elegido Papa por el clero, el senado y el pueblo fiel reunidos,
y bien vista su elección por el emperador.
El que quiso ser monje, queda apartado definitivamente de la soledad que buscó en el monasterio, pero nunca dejará de ser monje en su corazón.
En
tiempos aciagos, Magno
Como
Papa, Gregorio Magno tuvo que luchar con los lombardos asediantes y
destructores. Tuvo que vivir la desolación de Roma, caído el Imperio romano
occidental, y el inicio de su época menguante. La obra realizada por San
Gregorio Magno fue inmensa, se entregó a aquella tarea para la que toda su vida
anterior había sido una providencial preparación.
Ya
no vivirá más la paz de la vida monacal, pero la espiritualidad de aquellos
hombres entregados a la oración le quedará presente en toda su vida. En su
fecundo Pontificado, sobresale, como monje, su celo por el perfeccionamiento de
la liturgia, por el impulso que dio a la organización del canto litúrgico,
conocida por el nombre de "canto gregoriano".
Era el “Psalite sapienter” del salmo y del benedictino. Pero también se convierte en el pastor auténtico, que quiere lo mejor para sus ovejas que viven en la unidad del mismo Amor.
No
ahorrará para ello trabajos ni sacrificios. Su voz se levanta potente y su
pluma escribe sin descanso; el que no había sobresalido en sus estudios
literarios nos legará un tesoro inagotable en sus escritos, de estilo sencillo
y cordial. Y no se contenta con las ovejas que ya están en el verdadero redil;
su corazón ardiente se lanza a la conquista de Inglaterra, ganándola para la
Iglesia católica.
Para
todos es el padre amante, cuyas preocupaciones son las de sus hijos. Su honor
es el de la Iglesia universal y su grandeza el ser y llamarse "Siervo de
los siervos de Dios", título que desde entonces adoptarán todos los Papas.
Como
debe ser el pastor
"Importa
que el pastor sea puro en sus pensamientos, intachable en sus obras, discreto
en el silencio, provechoso en las palabras, compasivo con todos, en la
contemplación, más elevado que todos; compañero de los buenos por la humildad y
firme en velar por la justicia contra los vicios de los delincuentes. Que la
ocupación de las cosas exteriores no le disminuya el cuidado de las interiores
y el cuidado de las interiores no le impida el proveer a las exteriores",
escribe San Gregorio Magno en su "Regla Pastoral".
Este
fue el programa de su actuación. Genio práctico en la acción, fue ante todo el
buen pastor cuya solicitud se extiende a toda su grey.
No
es tan sólo Roma la que ocupa sus cuidados y desvelos, sino todas las Iglesias:
España, Galia, Inglaterra, Armenia, el Oriente, toda Italia. En su tiempo se
convirtió Inglaterra y los visigodos abjuraron el arrianismo. Por su ingente
labor mereció que se le considere gran figura entre las de todos los tiempos, y
que se le haya otorgado el título de Doctor y Padre de la Iglesia latina.
Reorganizó la caridad en la Iglesia.
Sus
obras teológicas y la autoridad de las mismas fueron indiscutidas. Dio al
pontificado un gran prestigio. Su voz era buscada y escuchada en toda la
cristiandad. Su obra fue curar, socorrer, ayudar, enseñar, cicatrizar las
llagas sangrantes de una sociedad en ruinas.
No
tuvo que luchar con desviaciones dogmáticas, sino con la desesperación de los
pueblos vencidos y la soberbia de los vencedores. Murió el 12 de marzo del 604.
En
la escuela de San Gregorio Magno
En
San Juan de Letrán, al tomar posesión de su Catedral, el Papa Juan Pablo I,
pronunció estas palabras:
“En
Roma, estudiaré en la escuela de San Gregorio Magno, que dice:
«Esté
cercano el pastor de cada uno de sus súbditos con la compasión. Y olvidando su
grado, considérese igual a los súbditos buenos, pero no tenga temor en ejercer,
contra los malos, el derecho de su autoridad.
Recuerde
que mientras todos los súbditos dan gracias a Dios por cuanto el pastor ha
hecho de bueno, no se atreven a censurar lo que ha hecho mal; cuando reprime
los vicios, no deje de reconocerse, humildemente, igual que los hermanos a
quienes ha corregido y siéntase ante Dios tanto más deudor cuanto más impunes
resulten sus acciones ante los hombres» "(Reg. past. parte II).