Su Festividad: 21 de Agosto |
Nuestro
Papa nació en 1835 con el nombre de Giuseppe (José) Sarto, hijo de un humilde
cartero, en la ciudad de Riese, en el Veneto. Fue el segundo de diez hijos de
la pobre familia. Asistió a la escuela elemental de Riese y, gracias a las
instancias del cura párroco, pasó a la escuela superior de Castelfranco, a una
distancia de ocho kilómetros, que el chico recorría a pié dos veces al día. Más
tarde, en virtud de una beca que se obtuvo para él, pudo asistir al seminario
de Padua. Por dispensa especial, se le ordenó sacerdote a la edad de veintitrés
años y, desde aquel momento, se entregó completamente al ministerio pastoral;
al cabo de dieciséis años, ascendió a canónigo en Treviso, donde prosiguió con
mayor ahínco su dura y generosa tarea sacerdotal.
En
1884, fue consagrado obispo de Mántua, diócesis que se hallaba en bajas
condiciones morales, debido a su clero negligente hasta el extremo de haber
provocado un cisma en dos poblaciones. Fue tan limpio y brillante el triunfo
que obtuvo el obispo en el desempeño de aquel cargo plagado de dificultades
que, en 1892, el Papa León XIII consagró a Mons. Sarto como cardenal sacerdote
de San Bernardo de los Baños y, casi inmediatamente, lo elevó a la sede
metropolitana de Venecia, que comprende el título honorífico de patriarca. Ahí
se transformó en un verdadero apóstol para toda la región del Veneto y puso de
manifiesto el valor de su sencillez y su rectitud, en una sede que se ufanaba
de su magnificencia y de su pompa.
A
la muerte de León XIII, en 1903, era creencia general que habría de sucederle
en la cátedra de San Pedro el cardenal Rampolla del Tíndaro; las tres primeras
votaciones del cónclave indicaron que la opinión general estaba en lo cierto;
pero entonces, el cardenal Puzyna, arzobispo de Cracovia, comunicó a la
asamblea de electores que el emperador Francisco José de Austria imponía el
veto formal contra la elección de Rampolla. El anuncio causó una profunda
conmoción; los cardenales protestaron con energía por la intervención del
emperador y las cosas llegaron al punto de efervescencia, cuando Rampolla, con
mucha dignidad, retiró su candidatura. (Actualmente se afirma que Rampolla no
habría sido elegido de ningún modo).
Al
cabo de otras cuatro votaciones, resultó elegido el cardenal Giuseppe Sarto.
Así llegó a la cátedra de Pedro un hombre de humilde cuna, sin relevantes dotes
intelectuales, sin experiencia en las diplomacias eclesiásticas, pero con un
corazón tan grande que no le cabía en el pecho, y tan bueno que parecía irradiar
gracias: "un hombre de Dios que conocía los infortunios del mundo y las
penurias de la existencia y, en la grandeza de su corazón, solo quería
arreglarlo todo y consolar a todos".
Uno
de los primeros actos del nuevo Papa fue el de recurrir a la constitución
"Commissum nobis", a fin de terminar, de una vez por todas, con
cualquier supuesto derecho de cualquier poder civil para interferir en una
elección papal, por el veto u otro procedimiento. Más adelante, dio un paso
cauteloso pero definitivo hacia la reconciliación entre la Iglesia y el Estado,
en Italia, al levantar prácticamente el "Non Expedit". Su manera de
hacer frente a la muy crítica situación que no tardó en presentarse en Francia
fue directa y tan efectiva como cualquiera de los medios diplomáticos en uso.
En 1905, luego de numerosos incidentes, el gobierno francés denunció el
concordato de 1801, decretó la separación de la Iglesia y el Estado y emprendió
una campaña agresiva contra la Iglesia. El gobierno propuso crear una
organización para que se preocupara de las propiedades eclesiásticas, bajo el
nombre de "associations cultuelles", a la que muchos de los
prominentes personajes católicos de Francia deseaban someterse por vías de
ensayo; pero, tras una serie de consultas con los obispos franceses, el Papa
Pío X emitió un par de declaraciones enérgicas y dignas, por las que condenaba
la ley de separación y calificaba la "asociación" de anticanónica. A
los que se quejaban de que había sacrificado todas las posesiones de la Iglesia
en Francia, les respondió: "Aquellos se preocupaban demasiado por los
bienes materiales y muy poco por los espirituales". La separación ofreció
la ventaja de que, a partir de entonces, la Santa Sede pudo nombrar
directamente a los obispos franceses, sin la nominación previa de los poderes
civiles.
El
obispo de Nevers, Mons. Gauthey dijo del Papa: "Pío X, nos emancipó de la esclavitud al costo del
sacrificio de nuestras propiedades. Que Dios le bendiga por siempre, por no
haber titubeado en imponernos ese sacrificio". La severa actitud del Papa
causó tantos trastornos y dificultades al gobierno francés que, veinte años más
tarde, se avino a concertar un nuevo acuerdo, dentro de los cánones, para la
administración de las propiedades de la Iglesia.
Contra
el Modernismo
El
nombre de Pío X se vincula generalmente y con toda razón, al movimiento que
purgó a la Iglesia de ese "resumen de todas las herejías", al que
alguno tuvo la ocurrencia de llamar "Modernismo". Un decreto del
Santo Oficio fechado en 1907, condenó a ciertos escritores y ciertas ideas; muy
pronto le siguió la carta encíclica "Pascendi dominici gregis", en la
que se indicaban peligrosas tendencias de alcance imprevisible, se señalaban y
condenaban las manifestaciones del modernismo en todos los campos. Pero también
se adoptaron medidas enérgicas y, a pesar de que hubo furiosas oposiciones, el
modernismo en la Iglesia fue desenmascarado. Ya había conquistado bastante
terreno entre los católicos y, sin embargo, no fueron pocos quienes opinaron
que la condena del Papa había sido excesiva y obscurantista.
Cinco
años después, en 1910, la encíclica del Papa sobre San Carlos Borromeo fue mal
interpretada y se ofendieron los protestantes en Alemania. Pío X publicó la
explicación oficial del párrafo mal interpretado en el Osservatore Romano y ahí
mismo recomendó a los obispos alemanes que no hiciesen más comentarios ni
publicidad en torno a la encíclica, en el púlpito o en la prensa.
Renovarlo
todo en Cristo: Eucaristía y Palabra
En
su primera encíclica Pío X anunciaba que su meta primordial era la de
"renovarlo todo en Cristo" y, sin duda que con ese propósito en
mente, redactó y aprobó sus decretos sobre el sacramento de la Eucaristía. Por
ellos, recomendaba y encomiaba la comunión diaria, si fuese posible; que los
niños se acercaran a recibirla al llegar a la edad de la razón, y que se
facilitara el suministro de la comunión a los enfermos. (En la Edad Media y, posteriormente en la
época del jansenismo, los fieles católicos comulgaban rarísima vez. La comunión
diaria o muy frecuente se consideraba como algo extraordinario y aun indebido.)
También
el Papa se preocupó por la Palabra, puesto que instaba a la diaria lectura de
la Biblia, aunque en este caso las recomendaciones del Papa no fueron tan
ampliamente aceptadas. Desde 1903, y con el objeto de aumentar el fervor en el
culto divino, emitió motu proprio una serie de instrucciones sobre la música
sacra, destinadas a terminar con los abusos al respecto y a restablecer el uso
del canto llano en la Iglesia. Dio alientos a los trabajos de la comisión para
la codificación de las leyes canónicas y fue él quien llevó a cabo la completa
reorganización de los tribunales, oficinas y congregaciones de la Santa Sede.
También estableció Pío X una comisión correctora y revisora del texto Vulgata
de la Biblia (este trabajo les fue encomendado a los monjes benedictinos) y, en
1909, fundó el Instituto Bíblico para el estudio de las Escrituras y lo dejó a
cargo de la Compañía de Jesús.
A
favor de los Pobres
Siempre
consagró sus preocupaciones y actividades a los débiles y los oprimidos. Con
inusitada energía, denunció los malos tratos a que eran sometidos los indígenas
en las plantaciones de caucho del Perú. Creó y organizó una comisión de ayuda a
los damnificados, tras el desastroso terremoto de Messina y, por cuenta propia,
acogió a numerosos refugiados en el hospicio de Santa Marta, junto a San Pedro.
Sus caridades, en todas las partes del mundo donde se necesitaban socorros,
eran tan abundantes y frecuentes, que las gentes de Roma y de toda Italia se
preguntaban de dónde saldría tanto dinero. La sencillez de sus hábitos
personales y la santidad de su carácter se ponían de manifiesto en su costumbre
de visitar cada domingo, alguno de los patios, rinconadas o plazuelas del
Vaticano, para predicar, explicar y comentar el Evangelio de aquel día, a todo
el que acudiera a escucharle. Era evidente que Pío X se sentía desconcertado y
tal vez un poco escandalizado, ante la pompa y la magnificencia del ceremonial
en la corte pontificia. Cuando era patriarca de Venecia, prescindió de una
buena parte de la servidumbre y no toleró que nadie, fuera de sus hermanas, le
preparase la comida; como Pontífice, eliminó la costumbre de conferir títulos
de nobleza a sus familiares. "Por disposición de Dios, solía decir, mis
hermanas son hermanas del Papa. Eso debe bastarles". En una ocasión, antes
de cierta ceremonia, exclamó ante un viejo amigo suyo: "¡Mira cómo me han
vestido!" y se echó a llorar. A otro de sus amigos, le confesó: "No
cabe duda de que es una penitencia verse obligado a aceptar todas estas
prácticas. ¡Me condujeron entre soldados, como a Jesús cuando le apresaron en
Getsemaní!".
Estas
anécdotas describen la grandeza de corazón y la sencillez de la bondad de Pío
X. A un joven inglés, protestante convertido al catolicismo y que deseaba ser
monje, pero sentía el escrúpulo de haber estudiado muy poco, le dijo el Papa:
"Para alabar a Dios bien, no se necesita ser sabio". Un escritor de
Mántua publicó un libro de carácter sensacionalista en el que lanzaba infames
acusaciones contra Pío X; éste no quiso emprender ninguna acción legal, pero,
en cuanto supo que el calumniador se hallaba en bancarrota, el Papa le envió
ayuda: "Un hombre tan desdichado, comentó, necesita oraciones más que
castigos".
Aún
durante su vida, Dios utilizó al Papa Pío X como instrumento de sus milagros y,
hasta en esos casos sobrenaturales, se puso de manifiesto su perfecta modestia
y sencillez. Durante una audiencia pública, uno de los asistentes mostró su
brazo paralizado al tiempo que decía: "¡Cúrame, Santo Padre!" El Papa
se acercó sonriente, tocó el brazo tumefacto y dijo amablemente: "Si,
sí". Y, el hombre quedó curado. En otra audiencia privada, una niña de
once años que estaba paralítica, pidió lo mismo. "¡Quiera Dios concederte
lo que deseas!", dijo el Pontífice. La niña se levantó y anduvo por sí
misma. Una monja que sufría de una tuberculosis muy avanzada, le pidió la
salud. "Sí", fue todo lo que repuso Pío X, mientras ponía las manos
sobre la cabeza de la religiosa. Aquella tarde, el médico declaró que estaba
completamente sana.
Primera
Guerra Mundial
El
24 de junio de 1914, la Santa Sede firmó un concordato con Servia; cuatro días
más tarde, el archiduque Francisco de Austria y su esposa fueron asesinados en
Sarajevo; a la medianoche del 4 de agosto, Alemania, Francia, Austria, Rusia,
Gran Bretaña, Servia y Bélgica estaban en guerra. Era el undécimo aniversario
de la elección del Papa. Pío X no solo había vaticinado aquella guerra europea,
como otros muchos, sino que profetizó que estallaría definitivamente para el
verano de 1914. Aquel conflicto fue para el Papa un golpe fatal. "Esta
será la última aflicción que me mande el Señor. Con gusto daría mi vida para
salvar a mis pobres hijos de esta terrible calamidad". Pocos días más
tarde sufrió una bronquitis; al día siguiente, 20 de agosto, murió. Fue, en
verdad, víctima de la Guerra.
"Nací
pobre, he vivido en la pobreza y quiero morir pobre", dijo en su
testamento. Demostró la verdad de aquellas palabras: su pobreza era tanta que
hasta la prensa anticlerical quedó admirada.
Después
del funeral en la basílica de San Pedro, Mons. Cascioli, escribió lo siguiente:
"No tengo la menor duda de que este rincón de la cripta se convertirá, muy
pronto, en un santuario, un centro de peregrinación. . . Dios glorificará ante
el mundo a este Papa cuya triple corona fue la pobreza, la humildad y la
bondad". Y así fue por cierto. El Pontificado de Pío X no fue tranquilo y
el Papa mostró resolución en su política.
Hubo muchos que le criticaron, lo mismo dentro que fuera de la Iglesia.
Pero, al morir, todas las voces fueron una; desde todas partes, desde todas las
clases surgió un llamado para que se reconociera la santidad de Pío X, el que
fuera Giuseppe Sarto, hijo del cartero.
En
1923, los cardenales de la curia decretaron que se había abierto su causa,
firmada por veintiocho prelados. En 1954, el Papa Pío XII canonizó solemnemente
a su predecesor ante una enorme multitud que llenaba la Plaza de San Pedro, en
Roma. Aquel fue el primer Papa al que se canonizaba desde Pío V, en 1672.