“Hoy
María Virgen subió a los cielos: alegraos porque con Cristo reina para siempre”
Es el grito de la Liturgia y de la fe cristiana,
dos veces milenaria.
Su Festividad: 15 de Agosto |
La
que fue Madre de Dios e Inmaculada desde su Concepción, con convenía, no podía,
sufrir la corrupción del sepulcro. Su santa dormición fue un deliquio místico
de amor entrañable a su Dios, y enseguida un raudo vuelo de paloma a lo más
encumbrado de los cielos, cortejada por los coros angélicos.
Desde
su exaltado sitial queda entronizada como Reina de todos los Santos, con la
correspondiente «omnipotencia suplicante». Subió hasta la diestra de su Hijo
benditísimo para preceder en la gloria a sus hijos adoptivo, que son casi
legión, que son casi infinitos. Por todos se interesa, como madre e
intercesora, la « llena de gracia», la « más bendita de todas las mujeres».
Y
el papa Pío XII, cediendo a su personal creencia y filial devoción y
respondiendo también al unánime voto de toda la cristiandad, define Dogma de fe
cristiana esa Asunción de María a los cielos en su cuerpo y alma, para gloria
de tan excelsa Señora y esperanza de sus hijos militantes en la tierra.
El
1 de noviembre del Año Santo y Jubilar de 1950 presenció la acogedora plaza de San Pedro el acto más apoteósico que jamás pudo contemplarse en el mundo ante
el medio millón personas de toda raza y país que a la voz del Sumo Pontífice
Romano aclamaron a la Reina Asunta a los cielos e imploraron juntos su maternal
protección sobre este mundo sufriente.
María
Asunta a los cielos es la gloriosa Mujer del Apocalipsis; es la Hija del Rey,
ricamente engalanada; es la triunfadora del Dragón infernal; la nueva Judit; la
niña preferida de Dios, que le rinde por tantas gracias un Magnificat de
gratitud. Y al ascender la Madre, provoca a volar a sus hijos de la tierra, que
le piden resucitar con Cristo y compartir luego con la Madre su gloria en el
empíreo.
Reina
y Madre santísima, segura de tí misma, muéstrate solícita por los tuyos, que
sufrimos continua lucha y continua tempestad. Tu fiesta culminará en ocho días
con la celebración de tu fiesta con el título de Reina. Esto nos pone de
manifiesto tu perfecta y total glorificación junto a tu Hijo, Rey y Señor de
todo el universo.
Señor,
Padre santo, Dios todopoderoso y eterno,
Padre
Santo, Dios todopoderoso y eterno, ella, al aceptar tu Palabra, con limpio
corazón, mereció concebirla en su seno virginal, y al dar a luz a su Hijo,
preparó el nacimiento de la Iglesia.
Ella,
al recibir junto a la cruz el testamento de su amor divino, tomó como hijos a
todos los hombres, nacidos a la vida sobrenatural por la muerte de Cristo.
Ella,
en la espera pentecostal del Espíritu, al unir sus oraciones a las de los
discípulos, se convirtió en el modelo de la Iglesia suplicante.
Desde
su asunción a los cielos, acompaña con amor materno a la Iglesia peregrina, y
protege sus pasos hacia la patria celeste, hasta la venida gloriosa de Nuestro
Señor Jesucristo.