Su Festividad: 25 de Marzo |
Nada se sabía
de la Madre de Jesús. Vivía en Nazaret. Oculta a los ojos de los hombres, pero
no a los ojos de Dios. Más adelante contará Ella misma los hechos que la llevan
a la maternidad, y a descubrir su vocación y su misión en la vida y en los
planes de Dios. Hasta la anunciación del arcángel Gabriel, María de Nazaret era
una mujer israelita perfectamente desconocida. Su vida trasciende la historia
por el libre y amoroso cumplimiento de la misión que le fue asignada desde la
eternidad y que Ella conoció a través del arcángel.
Infancia
de María
Nace en una
familia de la tribu de Judá; sus padres se llaman Joaquín y Ana. Diversas
tradiciones nos la sitúan muy pequeña en el Templo donde aprende la Sagrada
Escritura a un nivel no usual a las mujeres de Israel. Pero lo importante era
su trato con Dios desde el principio. En su infancia, o primera adolescencia,
es cuando percibe con claridad que Dios le pide vivir virgen por amor a Dios.
Su vida de oración es intensa para poder descubrir algo infrecuente: la entrega
total prescindiendo de algo tan bueno, y tan bendecido por Dios en todos los
libros santos y en la conciencia de los humanos, como el matrimonio y la
maternidad. Pero Dios quería de Ella ese modo de vivir que es amar con el
corazón indiviso, sin anticipos de cosas buenas, en oblación total. Más
adelante, Jesús dirá que no todos entienden estas cosas. Pero Ella entiende
porque, aunque no lo sepa, desde su concepción tiene un privilegio
especialísimo: no estar afectada por el pecado original y estar, por tanto,
llena de la gracia de Dios. Ella es amada de Dios de un modo nuevo, en
previsión de los méritos del que será su Hijo. Ella no lo sabe, pero sí sabe
que tiene una gran intimidad con Dios, que le ama de un modo pleno, que bebe
sus palabras y sintoniza plenamente con el querer divino.
Los
planes de Dios
Cuando cumple
trece años, sus familiares, siguiendo las costumbres del momento, deciden poner
los medios para que se case del mejor modo posible. Para eso miran entre los
varones de la tribu, y descubren uno que tiene todas las condiciones: José,
vecino también de Nazaret. Era justo, es decir, cumplidor de la ley, honrado,
trabajador, piadoso. Un buen hombre a ojos de todos, que puede encajar muy bien
con el carácter de María. Los planes de Dios siguen su curso. Ahora podrá ser
Madre virginal protegida a los ojos de todos por el Matrimonio con José.
El
saludo del ángel
Al poco
tiempo acontece uno de los momentos culmen de la historia de los hombres. María
está en su casa, probablemente, recogida en oración. Cuando, de repente entró
un ángel. Quizá es una aparición con el resplandor de los que están en la vida
eterna cerca de Dios, quizá es más sencillo. Poco importa el modo; pues lo
sorprendente son sus palabras: "Alégrate, llena de gracia, el Señor es
contigo Ella se turbó al oír estas palabras, y consideraba qué significaría
esta salutación"(Lc).
Momento
solemne para la historia
Aquel fue un
momento solemne para la historia de la humanidad: se iba a cerrar el tiempo del
pecado para entrar en el tiempo de la gracia; se pasa del tiempo de la
paciencia de Dios al de mayor misericordia. La creación entera está pendiente
del sí de una joven israelita. Es un momento de gran alegría en los cielos y en
la tierra, llega al mundo un gran amor divino. Dios habita en su alma de un
modo pleno, gozoso, amoroso. Ella es la hija de Dios Padre que siempre ha
correspondido al querer de Dios. María se sorprende, pero sin perder la
serenidad, pues reflexiona sobre el significado de estas palabras. Respeto y
sorpresa. “¿Es de Dios lo que oigo?”.
El ángel,
llamado Gabriel, nombre que significa "Mensajero de Dios", espera; y
tras un breve silencio, pronuncia las palabras de su embajada: "No temas,
María, porque has hallado gracia delante de Dios: concebirás en tu seno y darás
a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande y será llamado Hijo
del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará
eternamente sobre la casa de Jacob, y su Reino no tendrá fin"(Lc).
El "no
temas" es la introducción que usa la Escritura para las vocaciones de
divinas, es como decir: escucha con atención, lo que vas a oír es Palabra de
Dios. Y luego la gran sorpresa: por especial gracia de Dios concebirá, dará a
luz, pondrá por nombre al futuro rey de Israel, al Hijo de David que tendrá un
reino eterno. El momento tan esperado en Israel de la venida de un salvador ha
llegado. La virgen profetizada por Isaías es Ella. Comienzan, si María quiere,
los tiempos tan esperados de la gran misericordia de Dios.
María
escucha, piensa, y pone una objeción no de resistencia, sino de no entender
como Dios le puede pedir dos cosas que son incompatibles para el ser humano: la
virginidad y la maternidad. ¡Era tan clara la llamada a ser virgen!
La
respuesta de María
"María
dijo al ángel: ¿De qué modo se hará esto, pues no conozco varón?".
"Respondió el ángel y le dijo: El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el
poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que nacerá Santo, será
llamado Hijo de Dios. Y ahí tienes a Isabel, tu pariente, que en su ancianidad
ha concebido también un hijo, y la que era llamada estéril, hoy cuenta ya el
sexto mes, porque para Dios no hay nada imposible"(Lc). El ángel ha
respondido a la duda, María ve, ahora, la llamada anterior compatible con la
maternidad que se le pide. Dios quiere que su Hijo no sea un hijo de la carne
con un padre humano, sino sólo de Mujer. La única Mujer totalmente dócil a su
querer.
"He
aquí la esclava del Señor"
El tiempo se
detiene. María reconoce el querer de Dios para Ella: su colaboración libre en
una empresa divina. Percibe que su maternidad va ser de una calidad especial;
ser la madre del Rey de Reyes, del Salvador, pero sobre todo ser madre del Hijo
del Altísimo, ser madre de Dios; porque la maternidad hace referencia a la
persona, y Ella introducirá al Hijo sempiterno en la vida de los hombres. María
tuvo que ser plenamente consciente de lo que estaba pasando y de lo que se le
pedía: no será un elemento pasivo en la gran tarea de la redención. Y, desde
una inteligencia preclara, sin la tiniebla del pecado, ve con claridad
meridiana la grandeza de lo que se le pide. Aunque tendrá conocimiento más
claro en la profecía de Simeón. Pero ve, sobre todo, el gran derroche de Amor
en el mundo. El mundo espera su respuesta. La espera Adán y Eva desde el seol,
la esperan los patriarcas, los ángeles, el cielo está en suspenso ante la
respuesta de María. Los segundos se hacen eternos. Cuando de pronto surge de su
boca el sí con acentos de entrega y fe consciente y amorosa:
"Dijo
entonces María: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. Y
el ángel se retiró de su presencia"(Lc).
Y el Verbo se
hizo carne en sus entrañas virginales. El Espíritu forma la humanidad de Jesús
y la une al Verbo. La Humanidad llega a su punto más alto: Dios se ha unido al
hombre en Jesús. No hay cumbre mayor a partir de entonces. Y el gozo embarga el
corazón de María llena de Dios, que además de hija de Dios Padre, es, desde
entonces, Madre de Dios Hijo.