Domingo XXII durante el año Ciclo "B"


San Marcos 7,1-8. 14-15. 21-23

¿Puros o impuros?

            Hoy en día parece que no nos preocupa tanto este tema de la “pureza”. Casi algunas veces, ridículamente, hacemos bromas referidas a “puros”. Cuando reflexionamos sobre el 6° mandamiento “No cometer actos impuros” parece que es algo ya pasado. ¿Es algo para los santos que vivieron en la antigüedad?

            Para el pueblo judío no era así, había que tener una pureza ritual para poder participar del culto, y el sacerdote dictaminaba quién estaba en situación de pureza o no.

            En el libro del Levítico encontramos el ritual que se debe de observar para salir de la situación de “impureza”, por ejemplo: la purificación después del parto (Lev 12,1-8; la impureza provocada por la lepra (Lev 13,1-37); las impurezas sexuales del hombre y de la mujer Lev  15,1-30 etc.

            En el evangelio del domingo XXII durante el año (2 de septiembre 2012) le reclaman a Jesús porque sus discípulos comer sin haberse lavado las manos. El Señor hace una extensa reflexión sobre la pureza exterior e interior.

            El Señor centra la enseñanza con aquellas palabras “… Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre…” “… Porque es del interior del corazón de los  hombres de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas esas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre…”.

            El corazón es grande para guardar todo el amor posible, pero lo es también para albergar todas las cosas que yo quiero dejar entrar y de las cuales no me libero, no me sano. Cuántas veces decimos “… no sé no, me siento bien interiormente, tengo algo pesado. Hay algo dentro mío que no sé bien qué es lo que es….”. Hoy está la respuesta en Jesús.

La pregunta será entonces ¿qué significa ser impuro? Y para esto nada mejor que recurrir al diccionario: Los diccionarios, entienden por impureza a una “sustancia o conjunto de sustancias extrañas a un cuerpo o materia que están mezcladas con él y alteran, en algunos casos, alguna de sus cualidades”; sin embargo, el término hebreo más común de impureza en el Antiguo Testamento, es “tame’”, y en griego “akatharsía”, cuyo significado apuntaba a una “contaminación que puede ser física, moral o ceremonial, aunque en el AT principalmente es la última (Lv. 5:2; 7:19: 10:10; etc.)”.

Desde la definición del diccionario podemos entender entonces que toda aquella sustancia extraña en un cuerpo o materia le hace mal. Altera sus cualidades. Pesemos, como dice Jesús, que todo lo que hace mal al hombre proviene de su interior. Sí es una afirmación verdadera porque el corazón del hombre fue hecho para AMAR, PARA GOZAR EN PLENITUD LA VIDA, LA PLENITUD DE TODO EL SER, LA ALEGRÍA TOTAL DEL VIVIR, LA ARMONÍA DEL CUERPO Y DEL ESPÍRITU QUE ES LA PAZ QUE JESÚS DA CUANDO ENTRA EN EL CORAZÓN DEL HOMBRE (cuando el hombre lo deja entrar…).

Si no podemos vivir de esta manera es porque dentro nuestro hay algo que no lo permite, hay allí una “impureza” que necesita ser purificada, sanada, limpiada.

Pueda ser entonces que ya no nos preocupemos tanto de lo “puro e impuro” pero sí debemos saber que cuando algo “nos oprime” es porque no está totalmente “limpio” el interior.

Fuimos creados para gozar en plenitud del alma y del cuerpo y cuando esto no sucede es porque “algo se pegó” en el interior (la falta de paz, la culpabilidad continua) y es tan grande que se exterioriza, somatiza (es la enfermedad física).

Muchas personas buscan a quienes les vayan a “limpiar sus casas”, magos, adivinos y otros. Pero la verdadera limpieza debe de comenzar en el corazón del hombre. Pues lo que yo tengo dentro mío lo transmito. Cada uno da lo que tiene (o nadie puede dar lo que no tiene). Jesús nos limpia, limpia nuestra casa, nuestra historia, nuestros seres queridos (y además lo hace “gratis”….)

Entonces la pregunta: ¿por dónde comienzo? La respuesta: por encontrarte contigo mismo, ¿qué es lo que hay dentro tuyo? ¿Cuál es tu verdadero yo? ¿Cuáles  son tus verdaderos sentimientos? ¿Te conoces realmente?

Muchas cosas están pegadas en el interior, hay muchas impurezas. Lastiman mi vida y la vida de los demás. Muchas veces no nos damos cuenta de lo que hacemos o del mal que hacemos a los demás.

Sirva como ejemplo este relato sencillo pero muy ejemplificador:

Cuentan  que una vez una mujer se confesó de que hablaba mal de otras personas, el Santo se alegró de que se confesara de esto (es poco usual que nos acusemos de esta falta….) y bueno le dijo te perdono, pero  le dio una penitencia “algo extraña”. Ve a tu casa toma una gallina y vuelve aquí, pero mientras tanto en el camino hasta aquí despluma la gallina. Así lo hizo la mujer y cuando llegó la gallina tenía menos plumas que antes. Entonces el Santo le dijo “… bueno ahora para completar la penitencia vuelve a tu casa y recoge todas las plumas que fuiste dejando caer...”. La mujer se asombró y le dijo “… no puedo porque el viento ya las desparramó y no sé dónde están…”. Bien así pasa con esas murmuraciones y cosas que decimos de los demás, se van esparciendo y hacen mucho mal, difamamos a las personas. Eso debemos sacarlo de nuestro interior, nos hace muy mal y hacemos mal a los demás.

Que en este domingo el Señor nos haga encontrarnos con nosotros mismos, ver en la profundidad de nuestro ser. Saber que hay muchas “impurezas” que debemos limpiar para lograr la total paz y armonía interior.

La limpieza de nuestro interior se realiza por medio de la confesión sacramental y recibiendo a Jesús que “toma e inunda todo nuestro ser”.

Bendiciones y hasta que nos encontremos Dios nos guarde en la palma de sus manos. Amén.